EL ORIGEN DEL GOLPE.

 

Hacerse miembro de la masa degrada socialmente al individuo.”

 

En su elogiada obra, Psychologie des foules (1895), el médico y antropólogo francés Gustave Le Bon, definía a una masa, como un conjunto de personas desprovistas de todo sentido del razonamiento, cuyas emociones e ideas se propagan bajo la forma patológica del contagio.

 

Lo que hoy conocemos por populismo es la simple recuperación de ese término, irrelevante hasta hace unos años, por parte de quienes son conscientes del descrédito asociado a cualquier referencia al de totalitarismo y sus derivados, que sería el más adecuado para caracterizar la sustancia de su actitud política.

 

El actual populismo es esencialmente una pura técnica de acceso al poder, según la teoría del gurú peronista de Pablo Iglesias, Ernesto Laclau,.

 

Al menos esa es la conclusión a la que yo he llegado, tras denodados esfuerzos intentando descifrar su oscuro y pretencioso galimatías pseudo-filosófico. Es, según él, el método alternativo al revolucionario, abocado al mismo fin. Algo que cabría relacionar, salvadas las distancias, con los presupuestos socialdemócratas del pasado.

 

Esa herramienta legitima a la masa como genuino protagonista de la acción política, frente a los políticos profesionales. Y lo hace mediante un discurso cuyos  planteamientos demagógicos persiguen aglutinarla en torno a un limitado conjunto de ideas simples y emotivas, que la identifican como víctima de la opresión del poder. Del oficial, o del supuestamente encubierto.

 

El populismo proporciona, de esta forma, el medio adecuado para una estrategia camuflada de golpe de estado, desarrollada desde el interior de la propia estructura del estado democrático.

 

Los totalitarismos que triunfaron a lo largo del siglo XX, comunismo y nazi-fascismo, se instalaron en sus respectivos estados mediante esa metodología; es decir, por medio del previo acceso legal al poder, y la posterior destrucción de la legalidad vigente desde él.

 

Un recurso indispensable que interviene en el populismo, y que Laclau analiza en su obra teórica, se deriva del concepto weberiano de la dominación carismática, presente en todos los fenómenos populistas.

 

A saber: "legitimación de esos experimentos a través del carácter peculiar del líder frente a la rígida inmovilidad de las reglas y el derecho; una saludable versatilidad; necesidad de energía y de la confirmación de esa singularidad del liderazgo, a través de sus peculiares logros políticos y de sus golpes de efecto; huida de lo habitual; recurso al pueblo frente a los legistas y los burócratas, con el uso  de instrumentos legales excepcionales, como es el referéndum, etc".

 

Ernesto Laclau analiza este proceso de toma del poder en los populismos clásicos -Lázaro Cárdenas, Juan D. Perón y Getulio Vargas-, los neo-populismos -Carlos Salinas de Gortari, Carlos Menem, Alberto Fujimori, Fernando Collor de Melo- y los actuales, acogidos bajo el paraguas castrista conocido como Socialismo Siglo XXI , y protagonizados por Lula, Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa.

 

No tiene el menor inconveniente en echar mano nada menos que de Heidegger, Lacan, o Gramsci, a la hora de explicar el hecho del peronismo en el que militó, o del llamado Kirchnerismo más reciente, como expresiones más terminadas del populismo, ya que esa denominación no sólo no tiene el menor carácter peyorativo para él, sino que la enarbola como un proceso político superador.

  

La banda de freaks de Podemos, que constituyen sus epígonos en España actualmente, siguen con una disciplina digna de mejor causa sus preceptos canónicos, y la parte central de su agenda de trabajo está constituída por uno de los motivos que impulsó el surgimiento del invento del postmarxismo de Laclau, a saber, la búsqueda de una adaptación de la izquierda a los nuevos movimientos sociales surgidos tras 1968 -feminismo, ecologismo, antiracismo, liberación gay y lesbiana, antimilitarismo, etc.

 

Pero, a pesar de todo esto y aunque no lo parezca, en mí opinión no es Podemos quien está adoptando el método populista de asalto al poder en España.

 

En realidad, me temo que ellos no son más que el señuelo que desvía la atención del verdadero líder de un proyecto diseñado por los miembros de la catacumba socialista que se hizo con el Estado Mayor del PSOE, a raiz de la grave crisis de liderazgo provocada por la renuncia de Felipe González a la secretaría general en 1997.

 

Su partida de nacimiento figura a nombre de la Izquierda Socialista, fundada por Pablo Castellano y Luis Gómez Llorente en su día, y aplastada y mal enterrada por Felipe González.

 

Una caverna en la que encontraron refugio los marxistas del partido, Santesmases, Paramio y compañía, cuando la cúpula siguiendo las instrucciones de Willy Brandt abandonó los viejos dogmas,  y que se mantuvo con perfil bajo a lo largo de los años esperando su oportunidad.

 

Y esta llegó un día aciago y terrible, a caballo de la onda de choque de las explosiones de Atocha, en el que se lanzó al escenario a uno de los políticos con menos escrúpulos morales que recuerda la historia reciente de nuestro país : José Luis Rodríguez Zapatero.

 

A partir de ahí, esa olla de pensamiento de los sótanos de Ferraz lleva planeando el golpe de estado al estilo populista, del que, esta vez protagonizadas por Pedro Sánchez, se están escenificando en estos días, me temo, sus capítulos finales.

 

El colapso institucional en cadena que se derivaría de su triunfo, tras el actual asalto a la Corona al que estamos asistiendo si nadie lo impide, confirmaría fatalmente las tesis de Ernesto Laclau.


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