¿QUÉ HACER?

 

Siempre me he tenido por una persona muy escéptica frente a cualquier insinuación en torno a la idea de una conspiración, o complot de cualquier naturaleza.

 

Y es precisamente esa actitud de desdén hacia las numerosas teorías de ese tipo, que aparecen cada día en los foros y las redes sociales, la que estoy tratando de recuperar con poco éxito, ante la inquietud que me provocan los acontecimientos de estos últimos tiempos.

 

Ayer, dos personalidades tan alejadas entre sí por sus postulados políticos, como son Felipe González y Mariano Rajoy, hicieron patente su acuerdo respecto de su común desasosiego, ante la deriva de un Gobierno que ya ni siquiera parece tomarse la molestia de encubrir su intenciones de desestabilización del sistema adoptado en la Transición.

 

Ante estos alarmantes síntomas, uno se pregunta por las posibles alternativas que parecería necesario adoptar con urgencia, a fin de detener y neutralizar esta evidente amenaza a la convivencia.

 

Entre las opiniones al respecto que vemos expuestas en las redes sociales, existen aquellas que, argumentando con datos objetivos e indiscutibles sobre la naturaleza disolvente de las decisiones de los actuales gobernantes, dejan entrever unas apenas disimuladas inclinaciones hacia el modo violento, que evoca tiempos tenebrosos de nuestra historia.

 

En el lado de moderación firme y sin fisuras, a mi juicio, único espacio posible de acción democrática dentro del espectro político del momento, y se mire a donde se mire, no aparecen signos esperanzadores dignos de mención.

 

La asociación Libres e Iguales, que ha contado con mi simpatía desde el día en el que acudí a su presentación en Madrid, no ha hecho de momento acto de presencia en el escenario político.

 

 Y la verdad es que no sé que deducir de este silencio. Sobre todo, si tenemos en cuenta que una iniciativa de esa naturaleza, si se buscase alguna justificación para haber sido creada, ninguna podría ser más ajustada que la de dar un paso al frente en estos momentos, ante la embestida a sus fundamentos morales y políticos que tantos sentimos como propios.

 

Lenin sostenía que ningún escenario es más propicio para el triunfo de una revolución, que el de una guerra civil. Su argumento indiscutible era el de que en ese tipo de enfrentamientos la capitulación o el armisticio están descartados, y el final resulta del triunfo aplastante de uno de los adversarios, o, dicho de otro modo, la aniquilación definitiva, física o ciudadana, del otro.

 

No quisiera ser acusado de agarrar este apotegma leninista por lo pelos, pero en España, desde hace más de cuatro años, está teniendo lugar una guerra civil incruenta, afortunadamente por el momento, a la que nadie quiere llamar por su nombre, en un gesto de exorcismo tal vez explicable, pero no justificado.

 

Se trata del enfrentamiento irreconciliable entre dos segmentos civiles de la población catalana, en el que uno de los contendientes pretende presentar el conflicto como una guerra anticolonialista frente a un fantasmagórico ocupante, mientras el otro evita manifestarse abiertamente, presa de una malvada e implacable intimidación.

 

Intimidación a la que el Gobierno Central presta una contribución doble; por un lado, no acude en apoyo a los agredidos; y, por el otro, asume su condición de potencia colonial dispuesta a pactar con los agresores las condiciones de salida del territorio, en un mayor o menor plazo.

 

Este factor decisivo, al lado de la semi-independencia progresiva acordada con quienes ya han consumado un chantaje total a sus conciudadanos, en el País Vasco, forman parte del proyecto de golpe de estado populista que está en marcha.

 

La última humillación al Jefe del Estado, prohibiéndole de hecho su presencia en un acto protocolario que forma parte de su agenda ordinaria, no es una simple afrenta dentro de la trifulca política habitual. Se trata de un gesto político meditado y seguramente ajustado a un calendario estratégico bien preciso, en una calculada elevación progresiva de la temperatura social.

 

La voladura de la Cruz de Cuelgamuros, monumento que exhiben indecentemente como el símbolo de la derrota de aquellos a los que han usurpado la memoria, como el pariente lejano que se apodera de la herencia de quien no tiene ocasión de protestar, seguramente estará valorada dentro del plan  general, como otro activo a capitalizar.

 

Probablemente en esa misma minuta esté prevista la fecha para el ataque decisivo y desmontaje de la piedra de toque del arco constitucional,  el Rey, que provocaría el desmoronamiento final de todo el sistema.

 

La pregunta que está sobre el tablero en este momento también la formuló en su día Valdimir Illich Ulianov (a) Lenin :

 

¿Qué hacer?

Comentarios

  1. yo he leído bien el Qué hacer de Lenin en mis tiempos revolucionarios, y es adecuado para ese timpo de insurrección violenta de masas dirigida por un núcleo clandestino, propia del siglo XX e impropia del XXI. No creo que sirva de ayuda en la situación actual. El golpe de timón debía ser pacífico e incruento en el 80-81-lo estoy estudiando a fondo y espero publicar pronto- cuanto más ahora. El alzamiento necesario tiene que ser enérgico pero sutil, poderoso intelectualmente, de potencia virtual irresistible. En fin, yo la única solución que veo es un sorpasso de Vox hasta los cinco millones de votos, un gobierno de derechas claro y tondo con el PP de compañero pusilánime, y empezar a actuar legalmente sin miedo y reprimiendo con la ley en la mano los brotes violentos que se generarán.

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    1. De acuerdo en cuanto a los límites estrictamente democráticos que cualquier respuesta al reto planteado debe establecer.

      La alternativa planteada por VOX es, en mi opinión, correcta en sus ejes básicos, pero simplificadora en torno al carácter nacionalista que enuncia. El respeto a la cultura, tanto actual como histórica, rasgo indispensable a subrayar frente a la corriente revisionista y soberanista imperante en Occidente en este momento, tiene poco que ver con reivindicaciones de carácter identitario y antieuropeo, al estilo del que promueve, aquí en Francia la formación de Martine Le Pen.

      Es una ganga de la que opino que debería ir desprendiéndose VOX, a medida que vaya creciendo y no necesite esos segmentos nacionalistas que hoy corresponden a una parte de su electorado.

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  2. ¡Como me duele ese silencio de LeI! Yo también estuve en el acto fundacional, y también firmé la declaración de intenciones. Que se hayan quedado solamente en intenciones, me parece terrorífico, más aún con lo sucedido a CAT. (Sigo rogándole que considere el fondo oscuro de su blog, aunque solo sea aclarándolo un poquito y las letras blancas + enlaces invisibles: mi ojo sufre. Pero siga adelante, le do thoil!).

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