ROLLING BACK.

 

Brice Couturier es un brillante comentarista político, de talante liberal, que aparece durante cinco minutos todas las mañanas en la emisora de radio estatal France Culture como los cetáceos suben a respirar unos instantes, para desparecer después en el océano de la corrección inquisitorial y el insoslayable evangelio  de las Causas Perfectas.

 

Este refrescante columnista está desarrollando esta semana un serial basado en las principales publicaciones editoriales y mediáticas internacionales que centran sus estudios y comentarios de la actual crisis de la libertad de expresión en nuestro hemisferio occidental.

 

 Y, más concretamente, en el específico núcleo académico americano donde, desde hace décadas, nacen, se desarrollan y saltan al ciberespacio las principales tendencias regeneradoras que llegan más tarde hasta nosotros, y  que son acogidas  en Europa con una ansiedad similar a la de un drogadicto ante su esperada dosis de estupefaciente (con unos resultados narcóticos fatalmente análogos).

 

La crónica de hoy, Couturier la titula con una pregunta tan pertinente como poco alentadora : 

 

¿Será el siglo XXI el de la regresión democrática? 

 

En ella nos recuerda el entusiasmo y la esperanza que llenaron las calles del Portugal, finalmente libre de la dictadura, alimentando entre los demócratas de todo el mundo una euforia alegre y estimulante.

 

Los últimos residuos del oscuro pasado se venían abajo patéticamente, en un mundo que había sustituido el horror y la destrucción de la guerra por una paz llena de progreso y bienestar, y alumbrado unas generaciones que enarbolaban ruidosa y festivamente la bandera de la libertad, reclamando su derecho a la libre expresión de la discrepancia.

 

La democracia liberal, ajena a la religión y abierta al mundo, enriquecía en todos los terrenos a las sociedades que la escogían como sistema. Parecía que pronto el mundo entero lo adoptaría, una vez comprobada su capacidad de crear riqueza de todo tipo; y no tuvieron que pasar muchos más años, tras aquel luminoso 1974, para ver derrumbarse sin gloria alguna la potencia totalitaria que había permanecido amenazante durante más de cuarenta años, liberando a la mitad del continente de las garras con las que lo había mantenido cautivo.

 

Sin embargo… si embargo las dos primeras décadas del siglo XXI, parecen dispuestas a recordarnos que cualquier optimismo prematuro y exagerado puede originar una decepción tan difícil de digerir como altas haya situado sus expectativas.

 

...y todo parece indicar que se trata de un hecho y no de una vaga amenaza. 

 

La democracia recula en todas las latitudes. Entre el estado concentracionario de Corea del Norte y la democracia Noruega o neo-zelandesa, se extiende un terreno muy amplio en el que se pueden encontrar toda clase de regímenes.

 

El politólogo americano Larry Diamond, celebrado animador de la prestigiosa publicación Journal of Democracy, ha sido uno de los primeros en alertar sobre lo que denomina The Democratic Rollback (la Regresión de la Democracia), en un artículo publicado por Foreing Affairs, en 2008, que ha quedado como una referencia, para todo comentario acerca de este fenómeno.

 

Diamond distingue en él seis categorías de regímenes, ordenados del más liberal al más autoritario: “democracia liberal ; democracia únicamente electoral; régimen mixto ambiguo; régimen autoritario pluralista; régimen de partido hegemónico y régimen cerrado al mundo. A partir de esa constatación, el autor considera que la regresión constituye una tendencia general.

 

Es evidente que las dictaduras ya no son el producto de un golpe de estado, como anteriormente, cuando las democracias constitucionales eran derribadas y reemplazadas, de la noche a la mañana, por unas dictaduras militares sanguinarias. La regresión se realiza lentamente, por pequeñas etapas; tan discretas, que pueden pasar desapercibidas.

 

Cuando tomamos en cuenta esta clase de análisis, de cara a la situación que llevamos viviendo en España desde 2004, no podemos por menos que ratificar las intuiciones de este analista. Y la actual deriva populista no hace más que verificar sus negros presagios en su recorrido.

 

Hoy estamos sumidos en una de esas situaciones que parecen constituir la marca original y sempiterna de nuestro país, como es la de sufrir las consecuencias de los conflictos planteados en el exterior, y añadirles aquellos propios que parecen atarnos fatalmente a un terrible pasado irremediablemente presente.


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